Ajedrez en las escuelas
Como mencioné
anteriormente, en mi escuela no se dictaba la materia ajedrez. Permítanme
detenerme aquí para desarrollar el tema. Se ha dicho, y así lo creo, que la
inserción del ajedrez en las escuelas es una herramienta excelente para el
desarrollo y la educación de los niños. A los niños les encanta el juego y lo
aceptan con mayor facilidad y entusiasmo que cualquiera de las materias
tradicionales. Sean conscientes o no de ello, cuando empiezan a desarrollar sus
ideas frente al tablero, sus mentes comienzan a pensar de una manera muy
organizada. Cuando un niño piensa en los planes que debe llevar a cabo, en las
estrategias de los rivales que debe evitar y en las múltiples situaciones que
le toca enfrentar, desarrolla un pensamiento totalmente trasladable a la vida.
Cuando aprende a ir "una jugada adelante" de los hechos que se le
avecinan, logra evitar sorpresas desagradables y, sobre todo, está mejor
preparado para lidiar con lo que le toque enfrentar.
¿Es este un proceso tan
fácil y sencillo? Sí y no. Si las personas que están a
cargo de esta tarea tienen el talento y la capacidad necesarios, hay muchas
posibilidades de que el ajedrez se convierta en una herramienta útil como
pocas. Pero si el ajedrez se dicta en las escuelas sin contar con un plan maestro
ni con las personas adecuadas, difícilmente algún niño pueda aprovecharlo o, en
el mejor de los casos, solo lo harán unos pocos.
Incluir al ajedrez en las
escuelas, ya sea de forma obligatoria u optativa (este es otro debate), implica
contar con un plan serio, con docentes que estén preparados para lograr dos
objetivos principales:
a) que el ajedrez sea una herramienta de aprendizaje y
b) que los niños, una vez terminada su etapa escolar, decidan si quieren seguir
jugando e intenten pasar a un estadio superior, asociándose a un club de
ajedrez, estudiando con maestros particulares o siendo autodidactas.
Lo ideal
sería que el estado nacional tuviera un
plan maestro, un "PLAN NACIONAL DE AJEDREZ" que abarcara a todas las
provincias, y cada una tuviera su propio plan para adecuarlo al contexto social
de cada escuela.
Formar campeones no es el
objetivo principal, pero es uno de los más importantes. Porque son ellos
quienes incentivarán a los que recién comienzan. En nuestro país no hay un plan
nacional, hay diferentes planes en distintos lugares. Si miramos los
resultados, podríamos afirmar que en casi ningún lado se hace de manera
correcta. Un plan exitoso debería incluir personal capacitado que preparase a
los docentes. De este modo, podrían llevarlo a cabo los maestros de grado o
profesores de ajedrez que estén capacitados para enseñar. Lamentablemente, nada
de eso sucede. Muchos de los directores de los planes escolares están
atornillados a sus cargos, no están a la altura de las necesidades, y suelen ser
nombrados por afinidades políticas u otros motivos ajenos a los profesionales.
Al igual que en otras áreas, deberían realizarse exigentes concursos. Conozco
muchos casos en los que los profesores obtienen sus cargos por ser hermanos,
amigos o conocidos de alguien. Por supuesto, sus clases no sirven para nada.
Pero no solo el ajedrez es
víctima de la falta de políticas deportivas estatales. Para empezar, urge la
creación de un Ministerio de Deportes, entidad que existe en muchos países
desarrollados. Desde este organismo y aplicando las leyes (que existen pero no
se toman en cuenta), debe crearse una política deportiva coherente, apostando
al deporte como factor de reparación social e intentando que nuestros
deportistas lleguen a los lugares más altos. Pero la realidad indica que el
éxito de nuestros representantes se debe casi exclusivamente al esfuerzo
individual y al propio talento. Hay algunos casos aislados pero, sacando el
fútbol y algún otro deporte excepcional, los resultados vienen decayendo en los
últimos años.
Les cuento algo que
sucedió durante un torneo escolar en el que se jugaba sin reloj. En un
determinado momento, los profesores dieron por finalizado el tiempo de las
partidas. De acuerdo a las posiciones que veían en los tableros, decretaban quién ganaba. Pero
claro, como entendían bastante poco del tema, se basaban en la cantidad de
piezas de cada jugador. Cuando se acercan a mi mesa, me dicen que perdí (porque
tenía dos peones de menos). Yo estaba convencido de que mi posición estaba ganada.
Me quejé y me contestaron mal. Me puse a llorar (el tema del llanto ante
situaciones injustas y resultados negativos estaría presente toda mi carrera)
y, ante esa reacción, el profesor intentó explicarme que no había tiempo para
seguir. Le dije que había sacrificado los peones pero que estaba ganado. Me
dijo que no. Le propuse que siguiéramos la partida sin pensar ninguno de los
dos y, obviamente, le gané enseguida, aunque ya era demasiado tarde. A veces
pienso que quizás ese modo de conocer la injusticia me haya servido para estar
alerta en otras ocasiones.
Los torneos
intercolegiales metropolitanos constaban de distintas etapas clasificatorias
que culminaban en la final, que se disputaba en el enorme colegio Bernasconi.
Salí campeón en sexto grado (1984) y en séptimo grado (1985), con el récord de
haber ganado todas las partidas terminando con los nueve puntos posibles. Era
mi última etapa escolar (en el secundario ganamos algunos torneos por equipos),
ya había empezado a competir profesionalmente, participando en los campeonatos
metropolitanos, nacionales, panamericanos e internacionales.
(Extraído de Pablo Zarnicki (2014) Viaje a través del tablero. Autobiografía, Bs. As. Editorial Soñar Despierto, páginas 19 a 21.)
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