viernes, 3 de enero de 2020

Las primeras competencias: Etapa escolar e infantil

Ajedrez en las escuelas
Como mencioné anteriormente, en mi escuela no se dictaba la materia ajedrez. Permítanme detenerme aquí para desarrollar el tema. Se ha dicho, y así lo creo, que la inserción del ajedrez en las escuelas es una herramienta excelente para el desarrollo y la educación de los niños. A los niños les encanta el juego y lo aceptan con mayor facilidad y entusiasmo que cualquiera de las materias tradicionales. Sean conscientes o no de ello, cuando empiezan a desarrollar sus ideas frente al tablero, sus mentes comienzan a pensar de una manera muy organizada. Cuando un niño piensa en los planes que debe llevar a cabo, en las estrategias de los rivales que debe evitar y en las múltiples situaciones que le toca enfrentar, desarrolla un pensamiento totalmente trasladable a la vida. Cuando aprende a ir "una jugada adelante" de los hechos que se le avecinan, logra evitar sorpresas desagradables y, sobre todo, está mejor preparado para lidiar con lo que le toque enfrentar. 
¿Es este un proceso tan fácil y sencillo? Sí y no. Si las personas que están a cargo de esta tarea tienen el talento y la capacidad necesarios, hay muchas posibilidades de que el ajedrez se convierta en una herramienta útil como pocas. Pero si el ajedrez se dicta en las escuelas sin contar con un plan maestro ni con las personas adecuadas, difícilmente algún niño pueda aprovecharlo o, en el mejor de los casos, solo lo harán unos pocos.
Incluir al ajedrez en las escuelas, ya sea de forma obligatoria u optativa (este es otro debate), implica contar con un plan serio, con docentes que estén preparados para lograr dos objetivos principales: 
a) que el ajedrez sea una herramienta de aprendizaje y
b) que los niños, una vez terminada su etapa escolar, decidan si quieren seguir jugando e intenten pasar a un estadio superior, asociándose a un club de ajedrez, estudiando con maestros particulares o siendo autodidactas. 
Lo ideal sería que el estado nacional tuviera un plan maestro, un "PLAN NACIONAL DE AJEDREZ" que abarcara a todas las provincias, y cada una tuviera su propio plan para adecuarlo al contexto social de cada escuela.
Formar campeones no es el objetivo principal, pero es uno de los más importantes. Porque son ellos quienes incentivarán a los que recién comienzan. En nuestro país no hay un plan nacional, hay diferentes planes en distintos lugares. Si miramos los resultados, podríamos afirmar que en casi ningún lado se hace de manera correcta. Un plan exitoso debería incluir personal capacitado que preparase a los docentes. De este modo, podrían llevarlo a cabo los maestros de grado o profesores de ajedrez que estén capacitados para enseñar. Lamentablemente, nada de eso sucede. Muchos de los directores de los planes escolares están atornillados a sus cargos, no están a la altura de las necesidades, y suelen ser nombrados por afinidades políticas u otros motivos ajenos a los profesionales. Al igual que en otras áreas, deberían realizarse exigentes concursos. Conozco muchos casos en los que los profesores obtienen sus cargos por ser hermanos, amigos o conocidos de alguien. Por supuesto, sus clases no sirven para nada.
Pero no solo el ajedrez es víctima de la falta de políticas deportivas estatales. Para empezar, urge la creación de un Ministerio de Deportes, entidad que existe en muchos países desarrollados. Desde este organismo y aplicando las leyes (que existen pero no se toman en cuenta), debe crearse una política deportiva coherente, apostando al deporte como factor de reparación social e intentando que nuestros deportistas lleguen a los lugares más altos. Pero la realidad indica que el éxito de nuestros representantes se debe casi exclusivamente al esfuerzo individual y al propio talento. Hay algunos casos aislados pero, sacando el fútbol y algún otro deporte excepcional, los resultados vienen decayendo en los últimos años.
Les cuento algo que sucedió durante un torneo escolar en el que se jugaba sin reloj. En un determinado momento, los profesores dieron por finalizado el tiempo de las partidas. De acuerdo a las posiciones que veían en los tableros, decretaban quién ganaba. Pero claro, como entendían bastante poco del tema, se basaban en la cantidad de piezas de cada jugador. Cuando se acercan a mi mesa, me dicen que perdí (porque tenía dos peones de menos). Yo estaba convencido de que mi posición estaba ganada. Me quejé y me contestaron mal. Me puse a llorar (el tema del llanto ante situaciones injustas y resultados negativos estaría presente toda mi carrera) y, ante esa reacción, el profesor intentó explicarme que no había tiempo para seguir. Le dije que había sacrificado los peones pero que estaba ganado. Me dijo que no. Le propuse que siguiéramos la partida sin pensar ninguno de los dos y, obviamente, le gané enseguida, aunque ya era demasiado tarde. A veces pienso que quizás ese modo de conocer la injusticia me haya servido para estar alerta en otras ocasiones.
Los torneos intercolegiales metropolitanos constaban de distintas etapas clasificatorias que culminaban en la final, que se disputaba en el enorme colegio Bernasconi. Salí campeón en sexto grado (1984) y en séptimo grado (1985), con el récord de haber ganado todas las partidas terminando con los nueve puntos posibles. Era mi última etapa escolar (en el secundario ganamos algunos torneos por equipos), ya había empezado a competir profesionalmente, participando en los campeonatos metropolitanos, nacionales, panamericanos e internacionales.
(Extraído de  Pablo Zarnicki (2014) Viaje a través del tablero.  Autobiografía, Bs. As. Editorial Soñar Despierto, páginas 19 a 21.)


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